martes, 3 de febrero de 2009

De magueyes y mezcales

Sin duda la bebida alcohólica mexicana más reconocida a nivel internacional es el tequila, pero pocos saben que el tequila es un tipo de mezcal cuya denominación se debe a su origen en el pueblo de Tequila, Jalisco. Le sigue en fama el “mezcal de Oaxaca”, estado que en realidad produce distintos tipos de mezcales. El mezcal de Tequila y algunos otros mezcales se producen a escala industrial, pero en numerosas comunidades rurales del país se producen mezcales de forma artesanal a pequeña escala, utilizando diferentes especies de maguey para elaborarlos. Y bajo esta forma de producción encontramos la mayor diversidad de tipos de mezcal que se producen en el país. Esta bebida ha sido tradicional en las comunidades rurales desde hace ya varios siglos, pero en los últimos años ha venido adquiriendo relevancia en los centros urbanos. Día con día es cada vez más común encontrar en bares y restaurantes mezcales y consumidores tanto nacionales como internacionales que van refinando su paladar para seleccionar los mejores de ellos. Y por ello, hablar ahora de la variedad de mezcales tiene alta importancia.

Las plantas con las que se producen los mezcales son los magueyes, los cuales han sido el motivo de investigaciones científicas a nivel nacional. En esta ocasión comentaremos un importante libro sobre agaves que se presentó a finales del año pasado “En lo ancestral hay futuro: Del tequila, los mezcales y otros agaves”, editado por Patricia Colunga, Alfonso Larqué, Luis Eguiarte y Daniel Zizumbo, investigadores del Centro de Investigación Científica de Yucatán y el Instituto de Ecología de la UNAM.

Este libro reúne trabajos de los principales especialistas mexicanos en el estudio de la historia natural y cultural de los agaves o magueyes. Incluye información sobre el origen y evolución de estas plantas, su papel en la cultura mexicana, los procesos de producción y los problemas legales y económicos alrededor de la comercialización de mezcales. Nos ofrece un panorama sobre el estado de conocimiento de los magueyes, así como el de su aprovechamiento actual y las perspectivas para su uso y conservación.

Los autores calculan con base en estudios de genética molecular que los agaves se originaron hace alrededor de 10 millones de años y que presentan una alta tasa de generación de nuevas especies, de las más altas que se han documentado en plantas con flores. En el territorio nacional se encuentran 150 de un total de 200 especies de agave que existen en el mundo, por lo que México es el principal centro de diversidad de este grupo de plantas.

Su presencia en las culturas indígenas mexicanas es muy antigua. Los arqueólogos han encontrado restos de agaves, con signos de haber sido utilizados por seres humanos, con cerca de 12,000 años de antigüedad. Los magueyes se encontraban entre los principales recursos aprovechados por los primeros pobladores del Continente Americano. Hoy en día cerca de 80 especies son aprovechadas como alimento, fibra, cercas vivas, ceremoniales, estimulantes y otros múltiples usos principalmente por los pueblos campesinos del país, y algunos como el henequén, los tequilas y mezcales tienen impactos en las urbes nacionales e internacionales. Los agaves son elementos contundentes de los paisajes mexicanos y plantas emblemáticas de la cultura nacional.

Un tema central del libro es el del aprovechamiento de los agaves en la elaboración de mezcal. El término mezcal es de origen náhuatl (metl=maguey y probablemente izcali= “que reanima” o izcoa= “que se calienta al fuego”) y hace referencia al material comestible, cocido en hornos subterráneos, altamente rico en azúcares que se ha consumido en México desde la prehistoria. El uso de este material para elaborar fermentos y destilar alcohol se inició con la introducción de la técnica de destilación posterior a la conquista española. Se ha registrado el uso de 42 especies de agave para la elaboración de mezcales. El tequila es tan sólo uno de ellos, elaborado con la especie Agave tequilana variedad azul, pero en realidad existe una enorme diversidad de mezcales. En Michoacán al igual que en Guerrero los más comunes provienen de Agave cupreata, “maguey papalote” o “maguey de hoja ancha”

En algunos capítulos del libro se analizan problemas actuales asociados a la legislación y al mercado que limitan la potencialidad de la industria mezcalera. Uno de ellos se debe a que la denominación de origen que protege los derechos de propiedad intelectual únicamente reconoce como mezcales a 5 de las 42 especies que se usan con tal fin, así como a 7 de 26 estados de la República Mexicana que son productores.

Finalmente, los autores analizan diversas estrategias para asegurar el manejo sustentable de los agaves como recurso. Entre los principales problemas a atender identifican la baja diversidad genética existente en los cultivos comerciales como el tequila, la destrucción de crecientes extensiones de vegetación natural para sustituirlas por este cultivo, así como la afectación de los bosques debido a la extracción de los agaves silvestres. Proponen que una integración de estrategias tecnológicas surgidas de la ecología y la biotecnología podrían contribuir sustancialmente a atender estos problemas. Estamos seguros que tanto a productores de tequila y mezcal en Jalisco y Michoacán, y a todos aquellos que disfruten de tan exquisitas bebidas este libro es tan recomendable como un buen mezcal.

Alejandro Casas y Leonor Solís
Centro de Investigaciones en Ecosistemas
Publicado en la Jornada Michoacán 2 de Febrero del 2009

jueves, 22 de enero de 2009

El delito de la rosca de reyes

En estos días todos seremos cómplices de un delito del cual somos ignorantes, todos implicados niñ@s, jóvenes, adult@s, ancian@s. Estoy segura que hoy o mañana estarás frente a una rosca de reyes. Sin sospechar que cada rosca del país guarda un delito secreto.

Seguramente te estarás preguntando ¿Qué tiene de malo comer rosca de reyes? La historia es la siguiente. El origen de la rosca se remonta a los tiempos romanos, proviene de las fiestas denominadas “saturnales romanas”. En estas fiestas se preparaban tortas o pasteles hechos con higos, dátiles y miel. Los romanos escondían un haba y quién encontraba el haba invitaba al convite a los demás. La tradición fue combinada con la tradición cristiana y fue importada a Francia y a España, allí adquirió la forma de rosca imitando una corona real, con frutas escarchadas que asemejan las joyas de la corona. En la rosca se esconde un niño que representa al niño Jesús quien tuvo que ser ocultado por estas fechas para evitar que lo mataran. México heredó esta tradición en el siglo XVI durante la conquista española y al igual que con el haba de las fiestas romanas, quien encuentra al niño en el caso de México tiene que invitar los tamales el 2 de febrero, día de la candelaria. Hasta aquí encontramos que la tradición no tiene nada de malo.

México ha sido reconocido internacionalmente por su rica cultura culinaria, producto de la combinación recetas e ingredientes tanto españoles como de los indígenas mexicanos provenientes de nuestra rica diversidad biológica y cultural. La rosca de reyes no es una excepción. Hoy te invito a que te fijes más en esas frutas cristalizadas que asemejan ser joyas de la corona, efectivamente encontrarás higos o dátiles (provenientes de la receta romana), pero también unas rebanadas verdes, rojas o amarillas, que son el tradicional dulce mexicano conocido como “acitrón”, que se origina en los desiertos mexicanos, este ingrediente es el motivo de este artículo.

El “acitrón”, proviene de una cactácea globosa llamada “biznaga” (Equinocactus platyacanthus), la biznaga es una especie endémica de México, es decir, que sólo habita en nuestro país y en ningún otro lugar del mundo. Se distribuye en el centro y norte del país. Su principal uso es la elaboración del dulce cristalizado denominado “acitrón”, sin embargo, también es utilizada como forraje y como planta ornamental.

Las biznagas han sido un importante recurso vegetal desde tiempos prehispánicos. Se han encontrado sus restos en excavaciones que datan de 6,500 años A.C. en cuevas de Tehuacán, Puebla. Los aztecas nombraban a esta planta “teocomitl” o “huitznáhuac”: La palabra “comitl” significa olla y “teo” significa divino. El “teocomitl” fue utilizado como altar para sacrificios humanos. La palabra “huitznáhuac” usada para describir a esta planta proviene de “huitzi” espina y “náhuac” , es decir, “rodeado de espinas”. En el S. XVI la palabra huitznáhuac fue escrita por los españoles como vitzinahuac, de la que viene el nombre castellano visnaga o biznaga.

Desde la colonia y hasta la fecha el acitrón es preparado en forma artesanal de la pulpa o tallo de la biznaga. Este dulce es comercializado en ferias y mercados de todo México. Además es ingrediente de importantes platillos mexicanos reconocidos internacionalmente. Se utiliza en la preparación del tamal de dulce, la rosca de reyes y los chiles en nogada. Dado que la extracción de la pulpa para la preparación del acitrón mata a la planta, las poblaciones de biznaga han disminuido considerablemente. La especie está considerada en peligro. En la Norma Oficial Mexicana aparece como una especie con protección especial ya que aunque presenta una amplia distribución en el centro y norte de México, sus poblaciones son bajas debido al impacto de las actividades humanas.

El trabajo doctorado de Cecilia Leonor Jiménez Sierra de la Facultad de Ciencias de la UNAM, señala que no es fácil colectar información acerca de la comercialización de la biznaga dado que es una actividad ilegal. Señala que entre 800 y 1,000 kg de acitrón son vendidos por día en la Central de Abastos de la Ciudad de México. La demanda se incrementa de octubre a febrero cuando se preparan las recetas que incluyen acitrón.
El acitrón está disponible en casi todos los mercados de México. Sobretodo en los de San Luis Potosí, Querétaro, Hidalgo, Puebla y Oaxaca. Dada la singular naturaleza del negocio es difícil obtener información sobre la adquisición de la pulpa. Se sabe que la pulpa llega al D.F. proveniente de los estados de Hidalgo, Querétaro, Aguascalientes, San Luis Potosí y Zacatecas. Para evitar problemas relacionados con la extracción de la biznaga, sólo la pulpa es transportada en camiones a la Ciudad de México.
Una vez que llega el cargamento, el acitrón se prepara por un pequeño grupo de productores que están relacionados con los principales distribuidores. Así, aunque la extracción de la biznaga es ilegal, el tradicional “acitrón” se sigue comiendo en todo México.

Según el trabajo de Cecilia L. Jiménez, las poblaciones de biznaga han sido seriamente afectadas en toda la zona central de México. Ella encontró una baja variabilidad genética en las poblaciones. Además su estudio sobre la dinámica de las poblaciones que sirven para encontrar los estadios o fases de la planta que son importantes para su supervivencia, indican que la permanencia de los adultos de biznagas (que son los extraídos) son de especial importancia para la conservación de la especie. Sino se toman medidas urgentes, este importante recurso desaparecerá.

Como mencioné al inicio de este artículo todos somos cómplices del delito, pero como con otras muchas cosas que consumimos no lo sabemos. Espero que tras leer este artículo corras la voz, no hay otra manera, que se enteren tus familiares y amigos. Que la ignorancia no sea un pretexto, todos podemos hacer algo, sobretodo los consumidores que somos la punta del iceberg de muchas cadenas de comercio que están destruyendo nuestro planeta. Estoy segura que podemos lograr modificar esta tradición de manera tal que sobreviva, pero también sobrevivan nuestras biznagas. El acitrón en la rosca de reyes se colocó tradicionalmente para asemejar una joya. Ojala hoy podamos mirarlo como una joya, una joya de nuestros desiertos, que sólo existe en México y puede desaparecer.

Leonor Solis R.
Centro de Investigaciones en Ecosistemas, UNAM, Campus Morelia
Publicado el 5 de enero del 2009
La Jornada Michoacán

Oro, incienso y ¿copal?

Según la biblia por estas fechas tres reyes magos provenientes del lejano oriente iban en la búsqueda del recién nacido rey de los judíos y cuando encontraron al niño Jesús le ofrecieron “oro, incienso y mirra”. Es muy probable que todos recordemos esto por las historias de la infancia. Sin embargo, pocos nos hemos detenido a pensar en estos regalos. Salvo por el oro que es el único de ellos que ha mantenido su valor comercial hasta hoy, pensar en el incienso y la mirra que son resinas vegetales, como un regalo valioso es difícil de concebir. Pero al contextualizar la situación reinante hace más de 2,000 años encontraremos la respuesta. Justo en aquel entonces el comercio de mirra e inciensos era la principal fuente de ingresos de los países árabes, éste comercio perduró por más de 1,000 años gracias a una importante ruta que llevaba estos productos a Grecia y a Roma.

En diferentes tradiciones antiguas y recientes las resinas vegetales con propiedades aromáticas se han utilizado con fines rituales y religiosos, así como en la elaboración de perfumes y remedios acompañando a diferentes culturas en el norte de África, toda la Península Arábiga y la India. En el centro y sur de México y gran parte de Centroamérica este lugar lo ocupan los copales.

Información del Programa de Recursos Biológicos Colectivos de la CONABIO (Comisión nacional para el uso y conocimiento de la biodiversidad) señala que en el mundo se conocen 12,000 especies productoras de resinas aromáticas pertenecientes a diferentes familias de plantas. De ellas 500 especies son coníferas, del resto destacan el orden de las Sapindales. Este grupo de plantas presentan canales especiales para las resinas entre ellas se encuentran los géneros sagrados de la mirra, el incienso y el copal. El término copal proviene del náhuatl “copalli” que significa “que huele”. En el país este término se utiliza para las diferentes resinas que producen una variedad como el ocote, el liquidambar y el copal pom de los mayas (Protium copal). Sin embargo, la principal resina utilizada como copal se obtiene de árboles o arbustos llamados comúnmente “copales” que han sido clasificados por los botánicos dentro de la familia Burseraceae. Los copales son árboles típicos de las Selvas bajas caducifolias, como las que se presentan en Tierra Caliente en Michoacán y a todo lo largo de la costa de Jalisco. En México existen más de 100 especies diferentes del género Bursera siendo los estados con mayor diversidad de especies Guerrero, Oaxaca y Michoacán. El copal recibe diferentes nombres según la especie y la región a veces se le llama copal virgen, copal santo, tecomaca, entre otros.

Según relatos españoles de la conquista, el copal era considerado por los antiguos mexicanos como un dios con poderes mágicos y religiosos que lo convertían en un protector. Lo llamaban “iztacteo” que significa “dioses blancos” por el humo que produce cuando se quema en las brasas. Existen relatos prehispánicos que señalan que la gente usaba el copal con mucha frecuencia para limpiar la casa al menos dos veces al día una por la mañana y otra por la noche. También se utilizaba para ofrendar a los dioses, limpiar templos, durante los funerales y en las ceremonias para pedir por las cosechas. Casi no había ceremonia importante que no estuviese acompañada por el copal. En muchos códices se pueden observar dioses o sacerdotes ofrendando copal. Además de usarse como incienso se han encontrado ofrendas que tienen copal en forma de tortillas tamales o granos de maíz así como esculturas elaboradas con resina de copal. Por ello, algunos investigadores de culturas antiguas indican que el copal tanto en la cultura maya como azteca fue considerado como alimento para los dioses.

Se ha descubierto que el copal también era utilizado como pegamento para hacer incrustaciones en las máscaras y unir los mosaicos de piedra, concha y otros materiales. Mezclado con pigmentos el copal también se usaba para elaborar las pinturas con las que se decoraban los murales. Actualmente también se utiliza como pegamento en el armado de algunos instrumentos musicales de madera.

Hasta la fecha el copal también tiene usos medicinales, al ser consideradas de naturaleza caliente, la resina o las hojas al ser frotadas o aspiradas como infusión, ayudan a aliviar enfermedades respiratorias y enfriamientos. Utilizando la resina o las hojas en las sienes se remedian dolores de cabeza, además sirven como tratamiento para picaduras de alacrán y hongos en la piel.

El copal es entonces un reconocido recurso biológico colectivo de los mexicanos, que hasta la fecha ha mantenido gran parte de los usos que les dieron nuestros antepasados. Además de sus propiedades rituales, se han reconocido sus propiedades adhesivas, analgésicas, expectorantes, antiespasmódicas y desinfectantes. Sin embargo hacen falta todavía muchos estudios que reconozcan a fondo la composición química de cada resina, ya que se ha observado que cada especie posee un aroma característico. Los aceites y resinas de copal son utilizados en aromaterapia. Estos usos se deben a que el aroma que desprende el copal provoca respuestas fisiológicas asociadas a estímulos emocionales y el estado de ánimo. En la actualidad además del uso tradicional quemando la resina sobre las brasas en el copalero o sahumerio, muchas personas en las ciudades pueden comprar las varitas de copal que se venden como incienso y se pueden conseguir de manera sencilla.

Sin embargo, el uso intensivo del copal sin planificación ha disminuido el tamaño de las poblaciones de ciertos copales, sobretodo en el estado de Oaxaca. Todavía hay mucho por conocer de los copales que viven en el Estado de Michoacán. Es importante realizar un manejo adecuado de los copales y su ambiente, extrayendo una cantidad moderada de la resina que permita al árbol recuperarse. Además es necesario incrementar el conocimiento biológico y ecológico sobre las especies que son aprovechadas, así como una organización comunitaria y planeación para su manejo. Son muchas las posibles aplicaciones para innovar como productos medicinales, repelentes de insectos, pegamentos, inciensos y perfumes. Aunque a más de 2,000 años de distancia es difícil concebir a una resina aromática como un objeto de gran valor, ojala seamos capaces de valorar nuestros recursos que quizá hoy tengan un poco valor monetario pero un gran valor cultural y potencial.

Leonor Solis
Centro de Investigaciones en Ecosistemas
Publicado en La Jornada Michoacán el 4 de enero del 2009

Algodón Orgánico y Eco-Moda

El algodón es el principal componente de la mayoría de nuestras prendas de ropa. Es la fuente de ingresos de 125 millones de personas pero también concentra el 23% de los pesticidas utilizados en todo el mundo.

Los trabajadores de cadenas multinacionales cobran salarios mínimos con horarios abusivos y sufren problemas de salud por los componentes químicos utilizados. Se sabe que en la India más de 400,000 niñas y niños trabajan en las plantaciones algodoneras en condiciones infrahumanas.

Si bien no hacen falta muchas pruebas para concordar que la economía de mercado no le está haciendo bien al mundo entero y nos esta llevando a graves crisis, estos intereses económicos que sólo buscan el crecimiento han fomentado el monocultivo y el cultivo transgénico del algodón con todo el perjuicio que esto supone al medio ambiente y a la biodiversidad. Además el exceso de producción de algodón junto con las poíticas comerciales de Estados Unidos y la Unión Europea presiona a los países del sur, para poder mantener la competitividad.

En contraparte a este triste escenario el informe Cultivo y Fibra de Algodón Orgánico 2008 presentado recientemente indicó que la producción de algodón orgánico aumentó a 145,872 toneladas que se han cultivado en 161,000 hectáreas en 22 países del mundo. Aproximadamente el 60% del total representa la expansión de proyectos conocidos mientras que el restante 40% representa datos de nuevos proyectos que están siendo certificados, o proyectos anteriormente desconocidos. La producción orgánica se basa en un sistema de agricultura que mantiene y repone la fertilidad del suelo sin usar pesticidas ni fertilizantes tóxicos y persistentes, ni semillas modificadas genéticamente.




India, Siria, Turquía, China, Tanzania, Estados Unidos, Uganda, Perú, Egipto y Burkina Faso fueron los diez países principales en la producción de algodón orgánico, clasificados en orden, con la India adelantando a Turquía, país que se había mantenido durante largo tiempo como el productor número uno. La mayoría del aumento de la producción de algodón orgánico tuvo lugar en la India. La producción de algodón orgánico ha crecido hasta una estimación del 0.55% de la producción global de algodón.


Algunos diseñadores están además incursionando con telas creadas a partir de la soya, el maíz, el bambú, la seda y el algodón orgánico. La “ecomoda” es más cara, pero como ha sucedido con la comida orgánica que tiene cada día más adeptos, pues la gente está más preocupada por adquirir comida sana y “segura”, quizá poco a poco también los consumidores elijamos prendas de ropa orgánica, es nuestra forma de presionar al mercado, una acción que está en nuestras manos.


Leonor Solis
Centro de Investigaciones en Ecosistemas

Publicado el 17 de noviembre del 2008
La Jornada Michoacán

martes, 12 de agosto de 2008

El laurel, especie indispensable en el arte culinario a nivel mundial

Originario del Cercano Oriente, se le considera “condimento universal”
En diversas culturas se le atribuyen propiedades mágicas, simbólicas y medicinales



Los mercados son los sitios donde mejor se pueden apreciar las similitudes y diferencias entre culturas. Es ahí donde se pone en evidencia la fusión entre las tradiciones, especialmente las culinarias: sandías tan nuestras, como del Africa con limones asiáticos y chile piquín de aquí, pero del Amazonas, mangos de Asia cultivados en Michoacán, cilantro que creemos más ingrediente de nuestro guacamole que de los condimentados platillos asiáticos, mezclas impensables, un mareo al paladar y otros sentidos. Uno puede encontrar todo tipo de productos regionales y temporales, plantas comestibles silvestres originarias de estas tierras y plantas introducidas, plantas que han dado la vuelta al mundo a lo largo de la historia, que han sido adoptadas como parte de nuestra cultura, como las hierbas de olor, que se han convertido en un “condimento universal”; plantas viajeras incansables que se han insertado en un sinfín de tradiciones culinarias alrededor del mundo, volviéndose incluso parte fundamental de éstas.

Las hierbas de olor abarcan una amplia variedad de plantas, dependiendo del lugar en el mundo que nos encontremos. En México las más conocidas incluyen el laurel, el tomillo, la mejorana y el orégano, pero en algún mercadillo del Mediterráneo estas hierbas de olor podrían incluir romero, albahaca, menta e incluso lavanda. Otras tantas plantas podrían llamarse “hierbas de olor”: el epazote, el cilantro, pero hablaremos de las más popularmente llamadas así, hierbas de olor, hierbas provenientes de Oriente. Un digno representante de las yerbas de olor es el laurel. Su nombre científico es Laurus nobilis y pertenece a la familia Lauraceae, familia en que se incluyen otras plantas usadas como especias, por ejemplo, la canela (Cinnamomun zeylanicum o aromaticum).

El laurel es un pequeño árbol con ramas verdosas y tronco cuya corteza es de color gris verdoso oscuro. Las hojas son de color verde oscuro brillante y aún secas conservan su llamativo color. El fruto es ovalado y en su madurez se parece a una oliva negra. Es originario del Cercano Oriente, probablemente de Siria, aunque actualmente se cultiva en varios países, especialmente en los mediterráneos: Italia, principal exportador, España, Portugal, Grecia y Turquía; al este de Asia y Centroamérica, principalmente en Guatemala. Se propaga principalmente por esquejes, o “coditos” ya sea del tronco o de la raíz, también se lleva a cabo la reproducción por semilla, aunque en menor proporción. Las hojas de laurel son cosechadas a mano, extendidas y luego secadas a la sombra, puesto que al sol pierden mucho de su olor, sabor y color, tomando una apariencia café pálida.

Desde la prehistoria y por mucho tiempo en Europa se le atribuyeron al laurel propiedades mágicas, como la de brindar protección contra los rayos y la de “espantar” a las plagas. Se decía que aquellos que durmieran en una cama de ramas de laurel e inhalaran sus especiosos vapores, tendrían sueños que se volverían realidad.

El laurel es una planta que ha tenido importancia simbólica para algunas culturas, como la romana y la griega. En la cultura griega, por ejemplo, el laurel fue relacionado con Apolo, dios de la música, la profecía y el sol. Ya que Apolo era el dios de las bellas artes; tiempo después el laurel pasó a ser símbolo de honor para poetas, músicos y posteriormente, incluso, para triunfos de la milicia. En muchos países el laurel se convirtió un emblema de graduación universitaria y honor (Honor lauris).

A principios de la Edad Media el laurel tomó gran importancia, especialmente por sus usos curativos, por lo que se exportaba del Mediterráneo hacia el norte de Europa. Aparece comúnmente en libros sobre medicina herbolaria de esa época, siendo su principal uso para aliviar malestares del estómago, riñones y lesiones en la piel, incluyendo el acné. Aunque el laurel es una planta poco utilizada en la medicina occidental, se le han atribuido propiedades antisépticas, antirreumáticas y parasiticidas. Asimismo, es usado como tónico estomacal que estimula el apetito, como digestivo, colagogo (provoca la excreción biliar) y carminativo (ayuda a expulsar gases del intestino), es también astringente, diurético y sudorífico.

El laurel contiene aceites esenciales como eugenol, cineol y geraniol, que le confieren su sabor amargo y sus propiedades curativas. De sus frutos se extrae un aceite espeso, antiguamente utilizado en medicina para el tratamiento de inflamaciones osteo-articulares y en la industria para preparar jabones y velas.

Las tradiciones gastronómicas que incluyen al laurel son de las más antiguas del mundo. Sus hojas se consideraban especie indispensable en un recetario romano del siglo I. Durante el siglo XVII el laurel y otras especies se usaban principalmente para compensar la baja calidad que tenían los alimentos, pero más tarde los condimentos ocuparon otro papel en la cocina: el de resaltar los sabores intrínsecos de la comida. Fue así como el laurel se posicionó como especie base de la comida italiana y posteriormente de la comida francesa y española, por mencionar algunas.

En México, la Conquista introdujo al laurel de la mano de un sinnúmero de alimentos y lo que sucedió es que las especies nativas de nuestro continente se les denominó con nombres comunes como semblanza a especies de plantas útiles del Viejo Mundo. Existen varias especies que en México son llamadas laurel, por ser similares a esta especie, aunque en realidad en la clasificación científica estas especies no tienen relación, e incluyen además especies que ni siquiera son comestibles, o que son tóxicas. Existen por lo menos 20 especies a las que se les da el nombre de laurel y otras tantas con este nombre modificado, como el “laurel blanco” o “laurel rojo”. Una planta llamada laurel, empleada como condimento en México es Litsea glaucescens, muy común en el centro del país, y con un sabor tenue parecido al del “laurel europeo”.

No importa cuál sea el origen las hierbas de olor, sean originarias de aquí o de allá, lo que verdaderamente importa en la cocina es la mezcla de ingredientes, el constante renovar de los sabores, la evolución de combinaciones, pues nuestra cultura, como mucha otras, está basada en las fusiones y mezclas. ¿Qué sería del delicioso pescado a la veracruzana, del pollo al cuñete, de la cacerola de lengua o las condimentadas verduras en vinagre, sin laurel? Lo mismo que sería de la salsa para espaguetis, de los estofados españoles, los caldos franceses…

El laurel, como otros otras hierbas de olor y condimentos, hacen de la comida más que un requerimiento o una mera necesidad, un placer, un arte. El arte infinito de apropiar ingredientes del mundo entero, hacerlos nuestros, mezclarlos y formar parte de nuestra comida tradicional del mundo.
l
AMERICA M. DELGADO LEMUS Y LEONOR SOLÍS*
*Centro de Investigaciones en Ecosistemas, UNAM Campus Morelia

Publicado en La Jornada Michoacán el 9 de agosto del 2008

lunes, 30 de junio de 2008

El arte del piteado tradicional, amenazado por el uso de nuevas fibras

Qué mejor que Jalisco y Michoacán para hablar sobre cinturones piteados, donde han sido utilizados tradicionalmente, junto con los estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Veracruz y todo el norte del país. Los cinturones piteados, hace unos años se pusieron de moda y ahora se encuentran en todos los estados de México y gracias a nuestros migrantes también son muy solicitados en el sur de Estados Unidos y España.

Quizá pocos sepan que “piteado” proviene de “pita”, la fibra que utiliza este tipo de artesanía. La industria talabartera del norte de México ornamenta con pita artículos de cuero como cinturones, botas y sillas de montar. Los lugares con mayor concentración de artesanos se encuentran en la frontera de Jalisco con Zacatecas; Colotlán es conocido como la capital mundial del piteado. El arte del piteado es bien conocido por los charros, ellos saben que contar con un ajuar completo bien bordado es un lujo. La artesanía elaborada con pita tiene un valor elevado en el mercado. Algunos cinturones piteados se venden en más de 3 mil pesos y las sillas de montar lujosas pueden valer más de 100 mil pesos. Sin embargo, pocos saben que todos estos productos reconocidos como “norteños” no existirían sin las selvas del sureste de México, donde se distribuye la pita.

Mejor conocida como pita de la selva, la pita es la fibra más cotizada en el mercado nacional, pero además ha sido reconocida como la fibra natural más resistente. Esta fibra se extrae de las hojas de la planta de pita, cuyo nombre científico es Aechmea magdalenae, que pertenece a la familia de plantas conocidas como bromelias. Por su forma, a veces se le confunde con un agave, pero la pita es una bromelia terrestre de hojas espinosas que en su estado silvestre se distribuye en las selvas altas y las selvas medianas perennifolias en el sureste de nuestro país, principalmente en las regiones de la Chinantla, en Oaxaca; en la selva lacandona, en Chiapas, y algunas pequeñas áreas del estado de Veracruz que todavía cuentan con parches selváticos.

La fibra de pita, también conocida como ixtle, es una fibra excepcional, comparable a la seda, pero de mayor vigor. Por estas características, los indígenas chinantecos, lacandones y popolucas la usaban para fabricar artes de pesca (porque además esta fibra en el agua no se encoge ni pierde resistencia), amarrar puntas de flecha y fabricar zapatos u objetos ceremoniales como abanicos de plumas de faisán. Teñida con añil (tinte azul muy utilizado por nuestros antepasados) perimitía tejer redes de pesca invisibles, resistentes y duraderas.

En los años 60, con el auge de las fibras sintéticas, la pita estuvo a punto de dejar de utilizarse. Pero durante los años 90 las prendas elaboradas con pita se volvieron muy populares y un público más amplio comenzó a revalorar la belleza de la artesanía piteada originalmente resevada a los charros. Por ello, la demanda de pita se incrementó y se volvió la fibra más cotizada del mercado nacional, rebasando el precio del lino o de la seda, llegando a valer más de mil pesos el kilo.

Antes del auge de los años 90, la pita era aprovechada por las comunidades indígenas y mestizas comerciantes del sureste a partir de la extracción de plantas enteras en poblaciones silvestres. Con el incremento de la demanda de fibra por los artesanos talabarteros, las comunidades empezaron a domesticar la planta, recolectando sus hijuelos y sembrándolos en acahuales, cafetales y manchones de selva. Para obtener un kilo de pita se requiere cortar entre 250 y 350 hojas de plantas de más de tres años de edad. Se ha calculado que de una hectárea de selva se pueden obtener de 15 a 25 kilos de fibra por año, lo que representaría ingresos de 4 mil 500 a 10 mil pesos por hectárea; este monto es superior a lo que obtienen los productores de café o ganado en estas regiones. Es por esta razón que la pita está jugando un papel importante en la conservación de los manchones de selva que año con año son amenazados por la extensión de potreros y agricultura de temporal en el sureste del país. Así, indirectamente la demanda de pita está promoviendo que se conserven las selvas de México.

Se estima que la producción anual de pita en México oscila entre las 30 y 40 toneladas. La fibra se obtiene con una técnica indígena tradicional, la cual consiste en raspar las hojas apoyadas sobre un tronco de madera con una cuchilla fabricada a partir del tallo de una palma o de un bambú. Después se lava varias veces con jabón y jugo de limón, las hojas son azotadas, con la finalidad de dejar la fibra perfectamente limpia y blanca. Finalmente, para facilitar la fabricación de hilos, la fibra es meticulosamente peinada y clasificada según su tamaño.

Para procesar 10 kilos de fibra se requiere el trabajo de dos o tres personas durante 15 días. Estos productores indígenas del sureste del país venden la pita a un precio de 300 a 400 pesos por kilo y los comerciantes la revenden blanqueda y peinada a los artesanos talabarteros del norte del país entre 600 y 800 pesos el kilo. Los artesanos talabarteros fabrican ellos mismos los hilos, los cuales tuercen a partir de varias hebras sobre sus rodillas, luego los utilizan para bordar a mano piezas de cuero con dibujos inspirados en grecas prehispánicas, que han ido cambiando con el paso del tiempo.

Los verdaderos charros y la gente del campo saben diferenciar entre el hilo de nylon, algodón y la pita legítima. Con el auge de la “onda grupera” y la “moda estilo narco”, las prendas de pita se volvieron muy populares, generando también una oleada de productos que sustituyeron a la pita por hilos de nylon y algodón, abaratando considerablemente su precio. En estados como Michoacán, Guanajuato y Veracruz es donde un mayor número de artesanos bordan con sustitutos de la pita. Ahora el bordado con hilos metálicos de oro y plata está compitiendo con el piteado tradicional, siendo su valor más elevado.

Actualmente existe un proceso de organización de la cadena de producción y comercialización entre proveedores y consumidores, donde productores de Oaxaca, Veracruz y Chiapas, junto con ONG y la Conabio, emprendieron el proyecto de una marca colectiva de fibra, para proteger el derecho intelectual de los dueños y usuarios de este recurso. Así, en 2003 se consituyó el Consejo de Organizaciones de Productores de Pita de la Selva (Connpita), que reúne a más de 2 mil productores. Así como el Consejo Regulador del Arte del Piteado, constituido por talabarteros de la región de Colotlán.

Así, una planta que nos brindan las selvas del sur del país nos une con los estados del centro y del norte a través de los cinturones piteados. La demanda de pita ha beneficiado a muchas familias indígenas. Pero si consideramos que la demanda de pita también terminó con poblaciones silvestres de las selvas, es importante lograr un buen manejo de esta planta que promueva la conservación de las selvas y el beneficio de los pobladores del sureste a través de un aprovechamiento sustentable. Ojalá la moda de cinturones con hilos metálicos de oro y plata no desplace a la pita amenazando tan importante fibra para el país

Leonor Solis
Centro de Investigaciones en Ecosistemas
Publicado en La Jornada Michoacán el 21 de junio del 2008
Publicado en La Jornada Jalisco el 22 de junio del 2008

Toloache para enamorar

La Lupe lloraba… lloró toda la noche, por más cobijas que echó sobre sí nomás el frío no se le quitaba, el corazón estaba helado y el vacío se le colaba hasta el mismísimo fondo, y es que de por sí así era lo que se sentía cuando se perdía un amor…
Estaba decidida, ese amor regresaría, la acariciaría por las noches y le diría cuanto la necesita…le dijeron que no, “el toloache, la toloatzin, la tlápaltl, la ponzoña, el tokh’u, la tokéskua quita la gana de comer a los que la toman, emborracha, enloquece perpetuamente y hasta puede matar”… Pero el dolor era intenso, insoportable, lacerante, no podía más y quizá habría una posibilidad… si lo “entoloachaba”
¡Porque si no era pa´ ella, no era pa´ nadie!, así que por si sí o por si no, esa noche lograría que fuera perpetuamente suyo…

Ana Isabel Moreno

Toloache es el nombre común con el que se conoce a varias especies de plantas del género Datura y de las cuales el uso más popular es el de “entoloachar”, que significa dar esta planta a un ser querido para “enamorarlo”, o para “manejarlo” fácilmente. Es muy importante decir, sin embargo, que generalmente las personas ”entoloachadas” son afectadas irreversiblemente en su sistema nervioso o incluso mueren. Pero los toloaches tienen usos medicinales y rituales más interesantes como veremos a continuación.
En México hay once especies de toloaches y dos en particular destacan por su uso: Datura inoxia y D. stramonium. La primera se distribuye desde el centro de México hasta Centroamérica y D. stramonium desde el sur de los Estados Unidos hasta las zonas templadas del centro de México, a ambas se les encuentra en terrenos desmontados, cercanas a ríos y otros cuerpos de agua, en campos de cultivo o en orillas de caminos.
Importancia y uso de los toloaches
Como diría Guillermo Bonfil en su México profundo “cualquier cosa que tiene significado tiene nombre entre la mayoría de los grupos indígenas y campesinos de México”, y el toloache no es la excepción, teniendo nombres especiales en los diversos grupos indígenas de México. Por mencionar sólo algunos ejemplos, entre los aztecas se les conocía como “toloatzin” término que se ha traducido como “cabeza inclinada”. En el Códice de la Cruz- Badiano se nombra a D. inoxia como “tolohuaxihuitl” y a D. stramonium “tlápatl”. Los mayas las conocen como “mehen-tohk’u”, los cora les llaman “cheerixa”, los huicholes les dicen “kieri o kiari”, los tarahumara “de kúba”, los zuni “aneglaky´a” y los purhépecha “tokéskua”. Otros nombres usados son “chamico”, “nazacul”, “tlapa”, “hierba hedionda”, “hierba del diablo”, “estramonio”, “higuera del infierno” y “totomache”.
Todas las partes de los toloaches, pero principalmente las semillas y las hojas producen alcaloides como la atropina, la escopolamina y la hyosciamina, que constituyen defensas químicas contra animales herbívoros. Sólo algunas pocas especies de consumidores toleran a los alcaloides. Son precisamente los alcaloides los componentes de los toloaches que afectan el sistema nervioso del ser humano.
Las Daturas son muy relevantes por su valor en la medicina tanto indígena como occidental y en algunos rituales indígenas, debido a que sus alcaloides tienen efectos en el sistema nervioso humano, determinando dilatación de la pupila, sedación, acción antiespasmódica y bronco-dilatación.
En la medicina tradicional los aztecas usaban D. inoxia como analgésico, para provocar alucinaciones visuales y en ungüentos y lociones de aplicación externa para curar cortadas, úlceras y heridas. Actualmente los cora de Jalisco y Nayarit usan los toloaches para tratar hinchazones. Para ello machacan las hojas agregando orines de alguna persona y untan el emplasto en la parte afectada. Los yaqui hierven las hojas y las toman para aliviar los dolores de parto. Carlos Castañeda refiere en su “Viaje a Ixtlán”, el uso de esta planta (por Don Juan) en relación con la adquisición de un poder aliado debido a la capacidad de la “hierba del diablo” para producir etapas de percepción peculiar en los seres humanos.
Los zuni de Nuevo México, las emplean por sus efectos analgésicos para mitigar el dolor durante operaciones menores, reacomodar huesos y para limpiar heridas ulceradas. También es la planta alucinógena más importante; los sacerdotes mastican sus raíces para pedir a los muertos que intercedan ante los espíritus para que llueva. Los yokut de California dan esta planta a los adolescentes para asegurarles una vida buena y sana. D. stramomium fue usada por los indígenas de Virginia, en ritos de iniciación de los jóvenes, quienes eran recluidos por largos períodos. Se les daba esta planta para que “desvivieran” su vida anterior y al comenzar su vida de hombres adultos perdieran toda la memoria de su niñez.
Algunas personas agregan toloache al mezcal para incrementar sus efectos embriagantes y al “tesgüino” (bebida fermentada de maíz) para propiciar buenos sentimientos y visiones. También se usa para purificar la casa y para encontrar cosas pérdidas.
En la medicina occidental se usa como narcótico y antiespasmódico; en dosis pequeñas tiene efectos sedativos y es el ingrediente de algunas preparaciones para dormir que no generan adicción. La escopolamina es el principal alcaloide para detener los ataques asmáticos y se han preparado diversos medicamentos con ese fin. Puede incluso fumarse un cigarro de toloache con estos fines; el mecanismo exacto con el que actúa es incierto, pero se cree que la escopolamina administrada en esta forma, relaja los bronquiolos de los pulmones. Además, la escopolamina es útil para combatir algunas manifestaciones del mal de Parkinson.

Ana Isabel Moreno y Leonor Solis
Centro de Investigaciones en Ecosistemas
Publicado en el Suplemento Pluralia de La Jornada Michoacán
29 de marzo del 2008