lunes, 30 de junio de 2008

El arte del piteado tradicional, amenazado por el uso de nuevas fibras

Qué mejor que Jalisco y Michoacán para hablar sobre cinturones piteados, donde han sido utilizados tradicionalmente, junto con los estados de Guanajuato, San Luis Potosí, Veracruz y todo el norte del país. Los cinturones piteados, hace unos años se pusieron de moda y ahora se encuentran en todos los estados de México y gracias a nuestros migrantes también son muy solicitados en el sur de Estados Unidos y España.

Quizá pocos sepan que “piteado” proviene de “pita”, la fibra que utiliza este tipo de artesanía. La industria talabartera del norte de México ornamenta con pita artículos de cuero como cinturones, botas y sillas de montar. Los lugares con mayor concentración de artesanos se encuentran en la frontera de Jalisco con Zacatecas; Colotlán es conocido como la capital mundial del piteado. El arte del piteado es bien conocido por los charros, ellos saben que contar con un ajuar completo bien bordado es un lujo. La artesanía elaborada con pita tiene un valor elevado en el mercado. Algunos cinturones piteados se venden en más de 3 mil pesos y las sillas de montar lujosas pueden valer más de 100 mil pesos. Sin embargo, pocos saben que todos estos productos reconocidos como “norteños” no existirían sin las selvas del sureste de México, donde se distribuye la pita.

Mejor conocida como pita de la selva, la pita es la fibra más cotizada en el mercado nacional, pero además ha sido reconocida como la fibra natural más resistente. Esta fibra se extrae de las hojas de la planta de pita, cuyo nombre científico es Aechmea magdalenae, que pertenece a la familia de plantas conocidas como bromelias. Por su forma, a veces se le confunde con un agave, pero la pita es una bromelia terrestre de hojas espinosas que en su estado silvestre se distribuye en las selvas altas y las selvas medianas perennifolias en el sureste de nuestro país, principalmente en las regiones de la Chinantla, en Oaxaca; en la selva lacandona, en Chiapas, y algunas pequeñas áreas del estado de Veracruz que todavía cuentan con parches selváticos.

La fibra de pita, también conocida como ixtle, es una fibra excepcional, comparable a la seda, pero de mayor vigor. Por estas características, los indígenas chinantecos, lacandones y popolucas la usaban para fabricar artes de pesca (porque además esta fibra en el agua no se encoge ni pierde resistencia), amarrar puntas de flecha y fabricar zapatos u objetos ceremoniales como abanicos de plumas de faisán. Teñida con añil (tinte azul muy utilizado por nuestros antepasados) perimitía tejer redes de pesca invisibles, resistentes y duraderas.

En los años 60, con el auge de las fibras sintéticas, la pita estuvo a punto de dejar de utilizarse. Pero durante los años 90 las prendas elaboradas con pita se volvieron muy populares y un público más amplio comenzó a revalorar la belleza de la artesanía piteada originalmente resevada a los charros. Por ello, la demanda de pita se incrementó y se volvió la fibra más cotizada del mercado nacional, rebasando el precio del lino o de la seda, llegando a valer más de mil pesos el kilo.

Antes del auge de los años 90, la pita era aprovechada por las comunidades indígenas y mestizas comerciantes del sureste a partir de la extracción de plantas enteras en poblaciones silvestres. Con el incremento de la demanda de fibra por los artesanos talabarteros, las comunidades empezaron a domesticar la planta, recolectando sus hijuelos y sembrándolos en acahuales, cafetales y manchones de selva. Para obtener un kilo de pita se requiere cortar entre 250 y 350 hojas de plantas de más de tres años de edad. Se ha calculado que de una hectárea de selva se pueden obtener de 15 a 25 kilos de fibra por año, lo que representaría ingresos de 4 mil 500 a 10 mil pesos por hectárea; este monto es superior a lo que obtienen los productores de café o ganado en estas regiones. Es por esta razón que la pita está jugando un papel importante en la conservación de los manchones de selva que año con año son amenazados por la extensión de potreros y agricultura de temporal en el sureste del país. Así, indirectamente la demanda de pita está promoviendo que se conserven las selvas de México.

Se estima que la producción anual de pita en México oscila entre las 30 y 40 toneladas. La fibra se obtiene con una técnica indígena tradicional, la cual consiste en raspar las hojas apoyadas sobre un tronco de madera con una cuchilla fabricada a partir del tallo de una palma o de un bambú. Después se lava varias veces con jabón y jugo de limón, las hojas son azotadas, con la finalidad de dejar la fibra perfectamente limpia y blanca. Finalmente, para facilitar la fabricación de hilos, la fibra es meticulosamente peinada y clasificada según su tamaño.

Para procesar 10 kilos de fibra se requiere el trabajo de dos o tres personas durante 15 días. Estos productores indígenas del sureste del país venden la pita a un precio de 300 a 400 pesos por kilo y los comerciantes la revenden blanqueda y peinada a los artesanos talabarteros del norte del país entre 600 y 800 pesos el kilo. Los artesanos talabarteros fabrican ellos mismos los hilos, los cuales tuercen a partir de varias hebras sobre sus rodillas, luego los utilizan para bordar a mano piezas de cuero con dibujos inspirados en grecas prehispánicas, que han ido cambiando con el paso del tiempo.

Los verdaderos charros y la gente del campo saben diferenciar entre el hilo de nylon, algodón y la pita legítima. Con el auge de la “onda grupera” y la “moda estilo narco”, las prendas de pita se volvieron muy populares, generando también una oleada de productos que sustituyeron a la pita por hilos de nylon y algodón, abaratando considerablemente su precio. En estados como Michoacán, Guanajuato y Veracruz es donde un mayor número de artesanos bordan con sustitutos de la pita. Ahora el bordado con hilos metálicos de oro y plata está compitiendo con el piteado tradicional, siendo su valor más elevado.

Actualmente existe un proceso de organización de la cadena de producción y comercialización entre proveedores y consumidores, donde productores de Oaxaca, Veracruz y Chiapas, junto con ONG y la Conabio, emprendieron el proyecto de una marca colectiva de fibra, para proteger el derecho intelectual de los dueños y usuarios de este recurso. Así, en 2003 se consituyó el Consejo de Organizaciones de Productores de Pita de la Selva (Connpita), que reúne a más de 2 mil productores. Así como el Consejo Regulador del Arte del Piteado, constituido por talabarteros de la región de Colotlán.

Así, una planta que nos brindan las selvas del sur del país nos une con los estados del centro y del norte a través de los cinturones piteados. La demanda de pita ha beneficiado a muchas familias indígenas. Pero si consideramos que la demanda de pita también terminó con poblaciones silvestres de las selvas, es importante lograr un buen manejo de esta planta que promueva la conservación de las selvas y el beneficio de los pobladores del sureste a través de un aprovechamiento sustentable. Ojalá la moda de cinturones con hilos metálicos de oro y plata no desplace a la pita amenazando tan importante fibra para el país

Leonor Solis
Centro de Investigaciones en Ecosistemas
Publicado en La Jornada Michoacán el 21 de junio del 2008
Publicado en La Jornada Jalisco el 22 de junio del 2008

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